domingo, 27 de mayo de 2012

La joven ignorancia

El otro día en el hospital vi algo que me conmocionó. En la misma habitación que el familiar al que estaba visitando, se encontraba una mujer de avanzada edad. Yacía en un sillón, sus brazos estaban suspendidos en el aire en una posición antinatural, demasiado estirados. Su mirada, perdida en el techo, y su boca, demasiado abierta, como si ya no pudiera soportar el peso de su mandíbula, o como si quisiera recoger todo el aire posible, temerosa de que fuera su última respiración. Su cuerpo carecía de vitalidad, y a uno le parecía imposible que pudiera ejecutar algún movimiento. ''Apenas hilvanada ya a este mundo'', diría Pedro Lezcano.

Sin embargo, al verla rodeada de sus hijos, me percaté de que quizás no mucho tiempo atrás, esa mujer había sido un gran madre, esforzándose cada día por sus hijos, activa y llena de vitalidad para felicitarles o castigarles, según fuera necesario. Y antes de ser madre, había sido una adolescente que con el vigor y la juventud propias de esa edad, habría soñado con cumplir quién sabe cuántos objetivos (cuántos se desvanecerían en el camino...) y, habría conquistado a quién sabe cuántos hombres, hasta encontrar al padre de sus hijos. Una adolescente que había sido niña, y en la inocencia de la infancia había vivido en un mundo de colores vivos, que según pasaran los años se irían apagando.

Todos estamos condenados a morir. Ahora bien, los adolescentes parecemos no querer darnos cuenta. Nos creemos inmortales, y con la prepotencia de todo ser inmortal, desperdiciamos nuestro tiempos en las mayores banalidades, y arriesgamos nuestras vidas con nuestra impaciencia por vivirlo todo, como si fuéramos inmunes a la mortalidad que une a todos los seres vivos. Nos pensamos muy inteligentes, y pronto desestimamos la sabiduría que nos rodea, y nos regocijamos en nuestra propia ignorancia.

Solo cuando la vida nos da un toque de atención, despertamos del profundo sueño de la adolescencia, unos más pronto, con toda la vida por delante, otros más tarde, a dos pasos de la tumba. Pobre de aquellos que nunca despiertan. Los que sí despertamos, dedicamos una sonrisa irónica a todo aquello que nos rodea, conscientes de que la joven ignorancia ya no es tan joven, pero sigue y seguirá siendo siempre ignorante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario